jueves, 28 de julio de 2016

Vulcania

Jonás, que acaba de perder a su familia en un misterioso accidente, comienza a trabajar en la fundición del pueblo. Ahí conoce a Marta, con la que comparte tragedia y de la que intentará sacar información sobre lo sucedido. Su descubrimiento sacudirá los cimientos de la comunidad. 


El oprimido pueblo, frente a la ciudad secreta.

No voy a criticar que sea una clara copia de “El bosque”, de Night Shyamalan, adaptada a nuestra tierra y cultura, pues la producción hollywoodiense está llena de imitaciones de películas de otros países y nadie les cuestiona, se acogen con agrado y solvencia; por tanto, el dilema reside en si, a pesar de poseer misma sustancia y esencia que la susodicha, esta versión española aporta algo de interés, misterio y congoja a lo ya conocido por quienes vieron tal película.
La estructura la sabes, su proceder es hermético y sencillo, frontera que no debe atravesarse sin riesgo de ser castigado, por incumplimiento de un deber con el que se ha de cumplir para mantener la estabilidad del pueblo y estar a buen recaudo; está escrito, ha sido dicho y se repite como mandatario lema a grabar en la mente de cada habitante, por si alguien osa pensar en hacer algo imprudente.
Aquí es la forja del hierro, el metal y el acero la tarea encomendada a la comunidad, como obligación para preservar el orden y estatus, los altos hornos como hogar y refugio del frío y la desolación del exterior, como misión y destino de nacimiento que nadie equivoca ni discute hasta que..., ese fisgón imprudente, que una noche inoportuna encuentra un objeto extraño, abre dudas y genera un reguero de preguntas que ya no habrá forma de ser silenciadas; a partir de ahí, la incógnita de la existencia de una
ciudad, de transcurrir feliz y pacífica, se despierta y la monotonía del pueblo asfixia y se pone en duda.
“¿Qué es la ciudad?”, es el misterio que queda fuera, esa comunicación rota que les tiene trabajando como esclavos, mano de obra barata y obligada por un miedo insertado con letra religiosa, centro de todo el dilema; aquí hay alambrada, como separación del edén del libre albedrío, que la natural curiosidad rompe sin pudor ni problemas, al cerciorar que hay vida más allá de la fábrica.
Sólo que el personaje de Joaquín Phoenix, y fundamentalmente el mismo, eran espléndidos y exquisitos, te devoraba las entrañas, un desafío a la autoridad que hipnotizaba y seducía lánguidamente, con evidencia certera de sugestión y disfrute; aquí tenemos a Jonás, un mesías salvador de su gente, que cuenta con poderes de subversión revelada, aunque entre ellos no se halle el atrapar, seducir e interesar a una audiencia que, además de anticipar lo relatado con facilidad pasmosa, no es favorecida con elementos extras que adornen, nutran y ensalcen lo visionado.
“Mantened vivo el fuego”, dictamina un José Sacristán desperdiciado en su rico talento interpretativo pues, tampoco es que su papel de jefe
mandatario de para mucho; en general, todo es leve, débil y poco gratificante, buena voluntad de intenciones positivas, que no alcanzan para mucho más que para pasar el rato, sin mayor anhelo que ver correr sus minutos paralelos.
¿Vale la pena?, rellena ese tiempo muerto que no demanda altas ni medias exigencias, ¿te pierdes gran cosa por no verla?, en absoluto, pues antes se recomienda el fabuloso original que esta pasable recreación aunque, como he referido al inicio, la definitiva pregunta es si aporta algo extra y nuevo que alimente la base de la que parte y..., no, no contribuye en nada para mejorar, igualar o rendir
homenaje a su precursora.
Pasa mucho en la música y en el cine, se tiende a traer de actualidad lo que en otra época fue obra maestra, sin contribuir en nada a su enriquecimiento, ni siquiera en hacerla digna de su maestra de partida, aunque también es cierto que existen suculentas excepciones que justifican y validan tal osadía por engrandecer a la misma.
Entonces ¿para qué?,pues..., ante las ganas de rodar una cinta, la falta de ideas y dinero al acceso, “Vulcania” es la respuesta.

Lo mejor; buenos actores.
Lo peor; desperdiciados por la llaneza infructuosa de la copia.
Nota 4,7


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