lunes, 1 de agosto de 2016

El nombre del bambino

Betta y Sandro, un profesor universitario adicto a Twitter, invitan a cenar a Paolo, hermano de Betta, a la bella Simona y a un amigo de la infancia. Paolo hace una broma que supone un ataque a la corrección política imperante en el elegante apartamento: el niño que espera su mujer se llamará Benito, como Mussolini. El chascarrillo provoca una disputa que sacará a la luz viejos rencores y secretos. Remake del film francés "Le prénom" (El nombre).


“Yo sólo quería gastarles una broma”

“El nombre del bambino”, ese momento decisivo que marcará la existencia del hijo de por vida y que se presenta como motivo de enfado, reproche e inicio de la primera discusión entre la pareja, aunque aquí no, ésta no tiene problema, el dilema surge entre ese grupo de amigos de la adolescencia que han vivido y compartido mucho a lo largo de los años, experiencias variadas y variopintas, decisivas y marcadas cuyos puntos centrales de la misma tenderán a salir como bombas fulminantes de una amistad, puesta a prueba por la repentina sinceridad de una aciaga noche, informal e inofensiva, que subirá de temperatura y expondrá las verdades ocultas, sacará las rencillas guardadas y pondrá a cada cual en un nuevo escala, según la tertulia avanza y los mortíferos proyectiles dan de pleno en la diana.
Locuaz y divertida, dramática y festiva, entretiene verazmente con esa evolución ascendente hacia un clima de tensión y desasosiego que se ha servido de la gracia, la broma, la burla y la distensión para retratar a cada personaje y que, en su precipitada y dicharachera aceleración, marque avanzadilla de la próxima tormenta a recrear pues, cada uno de ellos tiene su propia secreta mecha que encender, cuyo fuego arrasará un breve terreno para dejar turno y espacio a la siguiente bengala y su honesto incendio.
Pero la sangre no llega al río -¿o sí?-, el espontáneo vertido de confesiones, descontentos, culpas y
confianza frustrada tiene el sólido disfraz de la hermandad de años cuya devoción, simpatía y cariño fraternal se pondrán en equilibrio de balanza según lo dado y recibido, lo esperado y resultado, lo conocido e ignorado, en ese frenesí dialogado de absorción relajada y grata el cual, sin ser demasiado profundo, corrosivo y ácido, logra crear un clima expositivo de destape de caretas y exposición vergonzosa que cubre con sobrada eficiencia el tiempo de su duración, y la distracción para la que fue pensada y representada.
Una habitación, una preparación de comida, y recibimiento, y una bienvenida que pone en marcha la acogida de una incorrecta discusión política, la aparición de una resentida amargura, la declaración de dolorosas etiquetas de recargo, un acusado resentimiento y la súbita rememoración de quiénes fueron y ofensa de quiénes son, intercaladas imágenes de inexplorada juventud y madurez ya hecha para una solvente comedia italiana que luce, sin necesidad de traje de gala, y mantiene con
fructífera decencia el tipo, sin recurrir al artificial arrebato ni al gimnasio de postín.
Soltura, cordialidad, apego, camaradería e animadversión, chillidos, risas, silencios y alguna caída entre medias, golpe al corazón ingenuo de quienes unidos se conocen por aceptada costumbre pero lejos quedan, en verdad, de esa complicidad y armonía de la que presumen y en la que se regocijan; versión cinematográfica de una célebre obra de teatro italiana, realizada y escrita por Francesca Archibugi, que utiliza también el espacio cerrado y minimalista para hacer temblar los cimientos de este grupo de invitados, donde es su manuscrito el punto fuerte de
representación de emociones y sentimientos palpitantes y dolientes.
Se empatiza fácilmente con los protagonistas, se respira con sencillez su formato, se capta instantáneamente su propósito, te involucras con convicción en su recorrido, escuchas con atención voluntaria sin queja, participas en un disfrute tenue pero confirmado que certifican que, aunque es para pasar el rato y no esforzarse demasiado en ella, el tiempo dedicado ha sido cómplice de una agilidad y desenvoltura que se estiman, agradecen y sientan inesperadamente bien,
discreta sorpresa de una cena de progres, obreros y sin, en principio, idiotas que ameniza, alegra y pone una sonrisa en el rostro de ese invitado vidente que observa, depura y hace recarga de apalabrados víveres.
Y al final ¿cuál es el nombre del bambino?, un clásico heredado cuya rebeldía era de boquilla, pataleta teatrera de mucha indignación pero gusto de aceptar las cosas con tradición de celebración, pues nunca se quiebra el amor que reina en el ambiente.
Las cenas con bebida y espacio para la charla las carga el diablo, ¡cuidado con ellas!

Lo mejor; la obra de la que nace el guión.
Lo peor; no pretende librarse de la estereotipada comedia italiana.
Nota 5,7


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