jueves, 4 de agosto de 2016

Esperando al rey

Huyendo de la recesión, Alan Clay, un empresario estadounidense, se traslada a Arabia Saudí, donde la economía se encuentra en pleno auge. Su objetivo es evitar la ruina y mantener unida a su familia.


Agotado alquimista, que halla inesperadamente su camino.

Tom Hanks vuelve a la sala de espera, pero no de un aeropuerto que quiere librarse de él por ser una incómoda molestia, sino de una tierra bella y abrasadora que posee su propio ritmo exasperante, de respiración lenta y eterna, y de engaños continuos en una doble apuesta donde el tiempo se aminora para rendir pleitesía a un ilustre sol, que la baña sin piedad ni cortesía, al igual que esos mandatarios que dictan un quehacer lánguido y farsante, que tanto desespera al protagonista, y que tan perfeccionado tienen los mismos, pues es su seña de identidad y forma de vida no admitida.
Pero he aquí un frenético norteamericano, todo ansiedad y preocupación, andando de aquí para allá, con torpes prisas y mucho enfado mal encarado, pues el acierto es dejar que el destino y la casualidad se pongan de acuerdo para encontrarle; ¡no corras!, ¡de nada servirá!, sería un buen consejo de los nómadas del lugar, pero él ¡erre que erre!, en su manifiesto empeño.
Y es que tiene una importante cita con el rey del Arabia Saudita, una majestad esquiva a quien desea rendir reverencia y con quien intenta hacer negocios, pero ¡no hay manera!; como gato a por su esquiva presa anda, pregunta y recorre, y nunca le alcanza, el pillo siempre por adelantado ¡se ha ido!
¿Será personal y en realidad no quiere verle?, ¿será una prueba para conocer su insistencia? hasta que por fin entiende y acepta el regalo que le ofrece la
vida, esa segunda oportunidad placentera de descubrir nuevos tesoros y costumbres, ese apreciar y sentir estar en un sitio, no simplemente transcurrir por el mismo.
O no, y todo es una tomadura de pelo y tiempo, encerrona desértica de incomprensión, harta arena y respuestas enigmática, pero muy educadas, que no llevan a ninguna parte..., o, puede que ni una ni otra, y se opte por un acuerdo dulce, de encantadora fábula, de un poco de ambas.
Juega con las diferencias culturales en un intento provocativo de ser gracioso y simpático, aunque sus protocolos burocráticos de procedimiento no siempre cumplen dicha función, con sabiduría enérgica de resultado óptimo; llegado el momento se sufre un desgaste y un distanciamiento, que llega hasta el punto de dar igual el desequilibrio emocional del protagonista y su búsqueda ansiosa del rey desaparecido, ya has desconectado en gran parte.
Busca conmover de forma acogedora, que toda la ineptitud frustrante se vuelva orientación de
preferencias, donde la respiración, fuerza y calma lideren de nuevo su existencia, pero su beatitud no es suficiente para acogerla con preferencia de estima, sólo con una complacencia estándar; “tiene que haber tiempo”, usado para ese trasvase, de una situación forzada a otra voluntaria, inesperadamente surgida, de la metrópolis del rey de economía y comercio a la intimidad de un hogar, mientras se asombra de una realidad curiosa de presenciar, pero a la que le falta carácter y empuje.
Tom sabe gustar a la audiencia, hacerse un hueco en sus corazones para que terminen queriéndole, haga lo que haga; abrazado por una fotografía calurosa y espléndida no deseas admitir que cansa y lentamente desinteresa, cierto que enternece y que realza la visión esa tendencia al optimismo final y al encaje positivo de todas las piezas, pero no cubre el retroceso previo; no se pide que sufra, es un buen
hombre haciendo lo que puede, la mayoría mal pero, hay justicia divina, si eres honesto y persistente, la recompensa llega en forma de salida satisfactoria y relajada, que el protagonista disfruta mucho más que la concurrencia.
Basado en novela del género cómico, vende un agradable pasatiempo sobre la mezcolanza de dos mundos diferentes; “donde vayas, haz lo que vieres”, sólo que impacienta ver un submundo, dentro de otro, rodeado por capaz de rigidez, apariencia y falsedad cortés, al tiempo que grosera.
“Bonito nombre ¿de dónde eres?”, contestar es entrar en el juego, aunque sea únicamente como marioneta de anzuelo; la partida es amable y bonachona, que no fructífera y estimulante; cálida,
pierde la atención del espectador constantemente, pues se conforma con tener red a momento esporádicos, sin alcanzar una banda ancha, de suministro seguro y cualitativo; su piedra filosofal no seduce ni hipnotiza.
Beneplácita recreación que ameniza tenuemente, cuya pérdida de gas en su camino no se arregla con ese feliz final, de cuento entrañable.

Lo mejor; Tom Hanks siempre cae bien.
Lo peor; su bebida es de alcohol 0,0%, y la de contrabando ni entona.
Nota 5,8



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