viernes, 12 de agosto de 2016

Manhattan romance

Danny es un editor comercial y director de documentales que intenta terminar su última película, un estudio sobre las relaciones, aunque, irónicamente, tiene que lidiar con las relaciones en su propia vida. ¿Va a seguir persiguiendo a la inalcanzable Theresa? ¿O va a admitir finalmente que está enamorado de su mejor amiga Carla, que se encuentra en una relación insatisfactoria con un estratega político. ¨Manhattan Romance¨ es una mirada perspicaz y divertida a la vida contemporánea en Manhattan.


Pureza de momentos, entre invisible tiempo, que no vinculan, sólo quedan.

¡Lo que hay que hacer para acostarse con una chica!..., un inacabable documental sobre las relaciones humanas y su diversidad que, con el tiempo, empieza a aburrir y cansar a una audiencia que mira pero no capta, pues comprueba como no se dirige a ninguna parte, siendo ese su encanto vendido y su mayor defecto pagado.
Porque soy la primera fan del Woody Allen de la primera época, de ese genial despegue emocional sobre los nexos, afinidades y el mundo complicado de éstas, y cualquiera está en su derecho de seguir su estela, honrarle e intentar infundir su esencia al guión de su película, ese espíritu de no saber nada y tirar hacia delante, de relacionarse torpemente y sobrevivir a ello, de perseguir la felicidad y nunca hallarla, más un montón de complejidades que turban, anhelos que fallan y ese desbarajuste interior que da terrible dolor de cabeza pero, el arrebato estimulante del diseñador jefe imitado se quiebra, en devaneos pobres y limitados de un pupilo que pretende conquistar únicamente estando, sin marcar rumbo ni meta.
Decisiva fotografía urbana para un editor de cintas, que busca su propio yo mediante el uso de la cámara, que proyecta sus emociones a través de ese ojo visor que enfoca y busca la conexión que observa en sus voluntarios participantes; desesperado enlace que al protagonista se le escapa, aunque no sólamente a él, a ese amigo eterno que busca ansioso contacto de ser y estar con alguien, sino también a un espectador que le ve circular, sentir, compartir y necesitar y no logra apego interesante por lo narrado o compartido.
Cháchara incesante entre amigos sin sexo, adornado con parejas con amor, sexo sin ataduras o nada de sexo, para un solitario oyente que lo persigue y desea ardientemente; conversaciones que pretenden
inteligencia expositiva, de una sincera intimidad que se ofrece a partir de los pensamientos y experiencias del susodicho pero, como en toda conversación estéril y desganada, acabas perdiendo el hilo de su enfoque y el por qué de su motivo.
Participante música, alegre y festiva, para desinhibirse de la materia y sentir la liberación sentimental de uno mismo, hacer sacrificios por la persona amada, por aquella que vale la pena aunque, es en su análisis representativo, en su detallado deambular y conocer a sus personas donde olvida recrear un ambiente próspero y entusiasta que invite a participar o creer en el mismo; desafortunado en el amor, lo intenta sin éxito y con dolorosos tropiezos, con esos celos de lo que sus ojos comprueban, con esa ira de lo que no encuentra, con esa confusión de lo que poseen los otros y a él se le escapa, con esa soledad profundad de no ser capaz de manejar su vida y lograr componer algo válido con ella.
Un recorrido sin razón de ser, sin final en perspectiva, su lema ofertado: “es en la búsqueda que nos perdemos” y no vemos lo que realmente
hay, el presente; aunque lo que si queda claro es esa referencia a “Cuando Harry encontró a Sally” o “Annie Hall” que la dañan negativamente, pues su recuerdo y probable alimento de ellas, hace que pierda esa osada personalidad que nunca llega a controlar ni plasmar con logro ejecutado un Tom O’Brien, quien escribe y dirige con sencillez y naturalidad de absorción y muestra, pero deja todo en un insustancial complejo que no transmite nada; y, aún admitiendo que ese es el objetivo, exponer una existencia con sus fracasos, esperanzas, frustraciones y deseos sin concluir nada, sólo el placer de acompañarle en sus días por breve espacio de tiempo, su vida como documental no es suficiente.
En ningún momento logra desinhibir a su
acompañado vidente, su liberal invitación a bailar no logra danza alguna; “sólo puedo vivir en mi arte, no en mi vida”, piedra filosofal de un Woody Allen que, en esta ocasión, no funciona.
“Manhattan romance”, Manhattan adorable, intimista, bella, seductora/el romance pretendido, huye de si mismo sin coger forma, siendo más convencional que ocurrente, más previsible que sagaz; un “Dawson crece” adulto, cuyas previsiones fallan. 

Lo mejor; intenta resaltar la importancia de vivir el ahora, sin llegar a ningún sitio.
Lo peor; no despierta motivación sólida.
Nota 5,8


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