sábado, 20 de agosto de 2016

Money monster

Lee Gates, un famoso presentador de televisión, es también uno de los principales gurús de Wall Street. Pero cuando el joven Kyle Budwell, siguiendo sus consejos, pierde todo el dinero de su familia, decide secuestrar a Gates durante la emisión en directo de su programa.


Fallido pasatiempo televisivo.

“¡Vamos a conseguir respuestas!”, vale, y de paso vamos a conseguir algo de credibilidad, tensión, inquietud e interés sobre lo narrado, porque todo es tan superficial, desvalido e incompetente como thriller, como drama, como estrategia, como polémica, como fraude financiero.., como conjunto explosivo, de corazón apagado y alma ausente que, sino fuera por sus dos estrellas protagonistas, dudo no hubiera pasado directamente a dvd, en lugar de llegar hasta la sala de los cines.
Y, tampoco es que ambos actores salven la papeleta de tan desganado y desnutrido guión; tenemos a un George Clooney de pena en su papel dramático, enormemente limitado en su solvencia interpretativa, y a su querida amiga-compañera de reparto, la eterna novia de América de sonrisa de leyenda, Julia Roberts, quien posee un papel tan desconectado y rígido, de mínima aportación para levantar el espectáculo, que tampoco ayuda en un show que nunca resurge de esa ruina inapetente que se establece como fondo, pues no posee armas suficientes con las que lidiar, en su finalidad de acaparar la atención y aprobación contenta de la concurrencia.
Miedo y pánico desaparecidos, mejor dicho: nunca presentes, para un argumento que ni siquiera alimenta el deseo por descubrir la suciedad humana que se esconde tras el codiciado dinero, menos gracia aún para elaborar un posible dilema sobre el bien y mal legal y ético, y la responsabilidad moral de cada uno por sus palabras y actos.
“¡Nosotros no lo sabemos!”, menos aún una inocente audiencia, quien es testigo de una pobre cinta, firma
por Jodie Foster -la cuarta- que no deja de ser correcta y pulcra en su dirección, matemática y predecible en sus pasos, accesible y acorde en su resultado pero, “¡estuvo mal!” conformarse con ese mínimo grado adecuado, de acomodado trabajo y beneficio exiguo, que no aporta sensación alguna, ni álgida, ni absorbente ni afortunada en su entretenimiento.
Porque, para ser “un cisne negro” bursátil, civil e inversor de engaños, trampas, corrupción y malas artes en el manejo del dinero ajeno, y la conducción intencionada de éste para propio beneficio, a través de esos asesores mundiales que deciden cuando baja y sube la noria de una intangible y desconocida bolsa, éste es tan suave, ligero e inofensivo que se transforma en un incompetente secuestro, de aburrido circo mediático, que apenas logra un digno share de pantalla.
Foster encara su objetivo de rodaje hacia el tan sonado y amañado mercado de valores, sin escrúpulos ni piedad hacia las personas, para acabar
dirigiéndose hacia la avaricia particular de un individuo que se confiesa pecador no arrepentido, todo desde esa ineptitud de un desacreditado captor, de un forzado consejero televisivo de finanzas y de una frígida directora de programa, pero nada ofrece un aliciente mayor que el observar como anoréxico mirar, habiendo oído la lección expuesta ya antes con mayor atractivo, complejidad y acicate; excesiva simpleza y liviandad, para tan suculento tema y actores tan sugestivos y dispuestos.
No invita a la reflexión, no crea polémica, no establece rotunda crítica, no abre entusiasmo verosímil, no entretiene más allá de rellenar los minutos y pasar el tiempo con evidencia de hambre no colmada por la escasez de la oferta; no hay estrés, ni nervio ni ansiedad, únicamente una predecible trama, contada anteriormente con mucha más perspicacia, eficiencia y voluntad.
“¿Cuánto vale mi vida?”, poco, visto lo visto; no hay socorrida humanidad, no hay preocupación agónica, no hay incertidumbre resolutiva, no hay debate
capitalista, únicamente dos guapos y simpáticos actores, queridos por el público, que se pasearon por Canes con expectación inmerecida, dado el argumento tan pobre y mediocre que tenían para exponer, pues este maestro del dinero tiene poco que enseñar en tan desmotivada clase.
“Entré sabiendo que no iba a salir”, farol de un perdedor, tan grande como la estafa de esta comercial venta.
No esperaba gran cosa, aunque ¡tampoco tan poco!

Lo mejor; el nombre de las estrellas que llaman a taquilla.
Lo peor; el escaso aliciente que genera.
Nota 5,1


No hay comentarios: