viernes, 16 de septiembre de 2016

Blood father

Lydia es acusada de haber robado una fortuna a un cartel, pero en realidad es una trampa fraguada por su novio traficante. La chica tiene que escapar con el único aliado que tiene en el mundo: su padre, John Link, un eterno fracasado, antiguo motero rebelde y ex presidiario, que se verá en la obligación de vincularse nuevamente con un pasado del que huía para poder salvarla a ella.


Padre ¡no hay más que uno!

Liam Neeson declaró, en su momento, que ya no estaba en condiciones de realizar ciertos papeles de acción; Mel Gibson parece llevarle la contraria, parece haberle cogido el relevo, al menos en esta trepidante y agónica cinta, con una eficacia, contundencia y potencia extraordinarias, que se complementan con esa frenética marcha, de dialéctica rotunda, certera y apasionada por todo lo que relata con volcánica sinceridad, esperando salvar a lo que más ama, a esa desconocida hija que ha sufrido por sus errores y mala cabeza.
Proteger a tu pequeña, cueste lo que cueste, con un peculiar sentido del humor que hace las delicias de quien escucha, cinismo de honestidad brutal e impotencia amarga que lidera sus inesperadas nuevas relaciones con su adorado retoño, ya de regreso, esa preciosidad de recuerdo que, como adolescente ¡se las trae!
Directa, salvaje, explosiva, letal, un padre de sangre que por fin puede ejercer como tal, doliente alma perdida que lamenta no haber estado para su niña, cuando ésta más lo necesitaba; pero ahora está, es sagrado presente que no duda ni falla, dispuesto a darlo todo por salvarla, dispuesto a devolver la luz a su vida, dispuesto a demostrar que no se equivocaba con ella, que sigue siendo una buena chica.
Poco que decir o explicar cuando un trabajo es tan sobrio y disfrutado, el género de acción con afilada y
perspicaz comicidad, con las emociones típicas de su drama y la vitalidad acelerada de su aguante y esperanza por salir adelante; nada sé de la novela, sólo que su delirante e instructiva cinta animan a acercarse a ella, gracias a una operada dirección de Jen-François Richet, que sabe como mostrar lo que quiere y tiene en su cabeza, como convertir una convencional historia en pura energía vibrante, con la confianza de esa magnífica actuación de su actor estandarte -que se agradece, que se añoraba, que permite confiar y creer en las causas perdidas-, más una fotografía seca, áspera y tirante que abraza al demonio redimido, quien busca devolver, al rebaño, a su oveja descarriada.
No puede ser atrapada, su papá no lo permitirá, “cuando le debes la vida a alguien, tienes que vivirla”, pero aún no se está en ello pues, aunque biológicamente se la debe, es el sentimiento lo que importa, las emociones compartidas lo que te
convierten en padre; el camino es duro, complicado y lleno de trampas, rebosado de tiempo malgastado y con excesiva ausencia de confianza, pero la redención es seguir día tras día, levantarse tras caer, vivir por quien lo ha dado todo para que tú tuvieras una vida..., y en ello ya se está.
Sin Mel no sería lo mismo, es justo decir verdad tan cerciorada y obvia, da gusto verle, junto a un cumplidor Diego Luna, como sobrino justiciero pasado de listo; puede que haya redondeado en exceso los halagos hacia la película, pero me hipnotizan y se saborean con placer las historia sencillas, claras, agrias, hechas con firmeza y convicción, de tradicional trama, que se dejan de tonterías y van a lo que van, a salvar a la hija y asesinar al desgraciado que la ha atrapado, el resto
son milongas..., que aquí entretienen y se valoran por la franca gracia desesperada de su progenitor, quien vela por que llegue a mayoría de edad, esa diecisiete velas que nunca tuvo graduación ni posterior baile.
“Blood father”, una llamada de teléfono, y por fin puede ser padre, ya no sólo de sangre, aunque ello suponga derramar mucho de ésta; un doble sentido, para un adjetivo que inmortaliza al nombre que acompaña.

Lo mejor; Mel Gibson y su dirección.
Lo peor; puede parecer insuficiente su clásico argumento.
Nota 5,7


No hay comentarios: