martes, 13 de septiembre de 2016

El olivo

Alma tiene 20 años y adora a su abuelo, un hombre que lleva años sin hablar. Cuando el anciano se niega también a comer, la chica decide recuperar el árbol milenario que la familia vendió contra su voluntad. Pero para ello, necesita contar con la ayuda de su tío, una víctima de la crisis, de su amigo Rafa y de todo el pueblo. El problema es saber en qué lugar de Europa está el olivo.


“No colabores con tu propia desgracia”

No puedo decir que me haya aburrido, tampoco que salga abrumada; entras en un estado de hipnótica catarsis por la cual observas complacida y a gusto, aunque sin inmutarte, el desenlace de la cinta; sin unirte con fervor a su aventura, aunque contenta en un generalizado estado.
La familia y sus complejas relaciones, esas sólidas o fugaces raíces que son tanto bendición como tormentosa losa pesada; olvidar, perdonar y seguir adelante, dar gracias por lo poseído, no guardar rencor a lo ido, apreciar las posibilidades que se abren camino.
Porque la clave está en ello, en empezar el camino, en errar, aprender y dejar que la gente te ayude pues “unos enseñan a otros, así se ha hecho toda la vida”, riqueza de humanidad que comparte y se respeta, que habla y se escucha, que reconoce el valor -o martirio- del silencio cuando es necesario, que estima la importancia de una mano cuando las fuerzas flojean y la rabia carcome.
“¿Por qué no somos honestos, por qué no resolvemos los problemas juntos?”, y con esa intención, junto el amargo reflejo, de la desestructurada composición de los miembros de un familia rota, Iciar Bollaín inicia una historia de emociones contenidas, de arrojado daño marcado, de heridas profundas y secas, de desesperación e impotencia ante la pérdida, de incondicional apoyo sin reclamo de vuelta, de colectividad unida ante los contratiempos, de la firmeza y robustez de una buena base, para que prospere la plantación hecha y recoja los frutos de
esa crianza, madurez, esplendor y belleza que con su serenidad, estabilidad y firme confianza transmite la esencia de la vida.
Todo gira en torno a un árbol, el olivo, majestuoso representante de nuestra tierra cálida y seca, simbología de paz, plenitud y prosperidad, aparece en la historia a lo largo de diferentes culturas como eje del mundo, como representante del hombre universal, árbol de la luz, de la verdad, árbol bendito; la protagonista una adorada nieta/hija resentida que, como animal herido y temeroso, ataca sin cesar antes de ser pillado
desprevenido y con la guardia baja; sabe como pelear, a base de golpes se ha convertido en experta en la materia, pero no como confiar, superar y dejarse amar, en eso es una inepta.
“Ese árbol no es nuestro, no tiene precio”, claro mensaje de respeto por lo que estaba antes que nosotros y aún seguirá cuando no estemos, la tierra, madre naturaleza con su luz, aire y embriagadores olores, más ese contraste de una forma de vida destrozada por los cambios, la crisis y la adaptación a esos nuevos tiempos que arrasan con todo, con ese enarbolado “ahora, rápido, cuánto antes”, lema que se opone a ese disfrute del tempo, de sus necesidades, de su lánguida respiración y del placer de lo poco pero verdadero, con raíz y fundamento.
Es un guión pausado, humano y tirante, que no logra absorber con contundencia a tu espíritu en su caótica aventura pero, que tampoco logra soltar tu interés, ni
que cese una visión que mira con curiosidad, aunque sin excesiva complicidad; sus tensos y cálidos sentimientos se exponen con gratitud de eficiencia interpretativa pero, no transmiten su fuerza y pasión al vidente que les acompaña y espera; se quiebra el puente comunicativo entre lo observado en la pantalla y lo sentido por el alma.
El guión, de excelente fotografía y cuidado poderío en la proximidad, no infunde que te actives y participes de su atropellado periplo, únicamente que entres en un estado de gratitud, cariño, simpatía y cordialidad por la intrépida protagonista y toda la que está dispuesta a liar; sin nada que resalte en concreto, desprende encanto y dulzura amigable, sabe exponer, con sabiduría de fábula integra e ingenua, esa olvidada quimera, según los tiempos que corren,
de tolerancia, miramiento y unidad ante lo que no es de uno y debe permanecer tal cual, que debería regresar como estandarte de humildad y honorabilidad de vida.
No te arrepientes de verla, se disfruta de su simpleza expositiva, de su franqueza sentimental y de su seducción cercana; no explosiona, no revoluciona, pero si te embelesa con amabilidad de fiel compañero de ideas.
“El olivo”, sólo su nombre impone reverencia, árbol longevo de copa ancha y tronco grueso, obvia la exquisitez que se obtiene de su fruto, como obvio es el recorrido y resolución que se proponen; reflexión que no logra su propósito de debate y pensamiento, de miras y esperanza, únicamente la beatitud de la entregada mirada y la tibieza de las sensaciones recibidas, a pesar de la robustez de las interpretaciones.
Fuerte y categórica en sus intenciones, ligera y tenue para el corazón del espectador que atiende; bella de mensaje y finalidad, no aflige ante el dolor vertido, no conmociona ante su parábola épica, no involucra en el corazón desgarrado de los personajes, ni en la enseñanza pretendida, simplemente narra una linda historia, de idealista moraleja buscada.

Lo mejor; el atractivo de su esencia purificadora.
Lo peor; su escrito ni sacude ni conmociona, es un bonito cuento.
Nota 6,1



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