sábado, 3 de septiembre de 2016

Last days in the desert

El film sigue a Jesús y al diablo -ambos interpretados por McGregor- en la odisea de Jesús por el desierto.


Como invitado, en hogar retirado, sus inquietudes se calman.


Jesús y el diablo, yo y mi otro yo, aunque debería ser Dios y el diablo ¿no? Jesús, como hijo suyo, está un escalafón más bajo ¿verdad?, aunque ¡el diablo es un ángel caído! sino recuerdo mal, pero claro, como según la Santa Trinidad Dios, Jesús y el Espíritu Santo son todo uno..., ¡creo que me estoy liando!
Ya sean tres en uno, o uno por separado, Ewan McGregor interpreta al hombre Santo que fue el desierto a ayunar y a buscar orientación, a reflexionar, estar en paz y encontrarse a si mismo.
Un rotundo “Padre, ¿dónde estás?..., ¡háblame!” inician la aventura hacia la búsqueda y cercanía con el altivo pero, dicho discurso solitario, de si para consigo mismo, que abre grandes posibilidades y apetencias, se transforma en una referencia metafórica en la que participa como observador crítico de su débil yo y compleja relación con su desconocido padre, a través de la incursión en acogida familia.
El paisaje es un importante y majestuoso personaje, habla y tortura con su solemne y martirizante presencia; “nadie está solo”, aunque recurra a él en busca de respuestas y aclaraciones de una luz, que puede ser plena oscuridad si se le da tregua.
No es lo que esperas ni lo que ansías, esa recreación familiar en la que se ve envuelto disminuye el encanto y hechizo curioso de Yeshua, como le llamaba su madre, desnudo ante si mismo, esa misma curiosidad que es la debilidad declarada de un diablo que le llama y engaña; esos ocultos deseos y
miedos, en trasvase hacia esa mirada que se reconoce en los demás, mientras la tentación a su lado le persigue y acosa.
“Eres un buen hijo”, que sigue los mandatos del padre aunque no los comparta o entienda, la atención no disminuye, aunque si lo hace el interés inicial de su descubrimiento; “el fracaso es un castigo ya por si mismo” y, aunque Rodrigo García no falla en la hermosura, sugestión y fascinación de su idea, si que pierde enteros conforme muestra el devenir de la historia, y no porque no resulte válido o atractivo lo elegido, sino porque hay demasiados participantes, teniendo en cuenta que venías a ver a un único, desdoblado de si mismo.
“Acciones antes que palabras, sino silencio”, y Ewan lo remata todo, un papel delicioso para cualquier actor, llevado con sobriedad y entereza de aplaudida indagación; la soledad de quien no está solo y descubre el camino aceptando su final, esa ciega bendición de proseguir los requerimientos del Padre, aunque no se conozcan ni avengan a la propia persona.
Y un salto temporal permite presentarse ante ese último acto, donde ya concluido el requerido proceso,
valoras la magnífica y arrebatadora fotografía, quedando menos satisfecha del relato; no decepcionada ni defraudada, sino extrañada y asombrada por la sorpresa -ni buena ni mala- de ser diferente a lo esperado.
“Los últimos días en el desierto”, ni impactan ni desconsuelan, ni tientan ni estupefactan, con la rotundidad expresiva del poder del pensamiento manifestado o guardado; una versión llamativa y seductora para la imagen, menos nutritiva para la razón y todas las artimañas confusas que se mueven alrededor de ella.
Válida, que no inquisidora, transgresora o, sin opción, memorable.
Y las dudas desaparecen y se elige la voluntad del Padre...

Lo mejor; Ewan McGregor y su tórrida, rocosa y arenal fotografía.
Lo peor; el dilema personal de Jesús va perdiendo fuerza.
Nota 6,1



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