martes, 11 de octubre de 2016

Capitán Kóblic

Durante la dictadura militar argentina (finales de los 70), el ex capitán de la Armada Tomás Kóblic participó en “los vuelos de la muerte”, denominados así porque se arrojaban vivos al mar a los detenidos-desaparecidos. Cuando abandona la Armada, Kóblic se refugia en Colonia Helena, donde impera la ley del comisario Velarde, un delincuente con uniforme policial, líder de una banda que se dedica al robo de ganado y que tiene oscuros vínculos con jerarcas militares.


La gota que colmó el vaso.

¡No llega!, intenta ser un thriller negro, pasional, de cuentas pendientes e infierno a cuestas, pero ¡no llega!
Con sus pesadillas del pasado y su escondite del presente, Ricardo Darín hace bien su trabajo, como siempre es excelente costumbre en él, pero ¡poco más!; este ex militar, oficial de la armada de época oscura, que participó de lo que no debía, y que ahora encuentra una razón de valentía para seguir existiendo, no crea gran apego ni suspiro, sólo un conformado mirar, donde la tensión no sube por mucho que avance y se enrede la cosa.
Es serena, pulcra, trabajada, pero ni sospechosa, ni inquieta, ni encendida; papeles concretos en su convencional definición , de obviedad en su estratégica disposición, para un tablero de ajedrez cuya partida no es de jaque mate, tiene sus previstas y cómodas piezas, las cuales no se mueven con animosidad de peligro ni astucia pícara.
El dilema moral de la responsabilidad de los actos, de la carga de conciencia, del horror realizado, del deber ético no cumplido, del estómago revuelto, del recuerdo que no olvida..., todo es de ocurrencia equilibrada, que no satisfactoria, para elaborar ese tapete de malos contra peores, con justicia redentora e interventora del aguante de uno; porque “yo también tengo límites”, y siempre llega el momento de saturación y explosión de la ira vengativa, donde instintivamente se dice ¡basta!, hasta aquí hemos llegado, ahora entra en juego quien lleva tiempo oculto y callado.
Pobre de aspiración y contenido, la excusa es la dictadura argentina y sus atrocidades, pero no va de
política, más bien juega a esa rivalidad westerniana de quien se mete con otro y rivaliza a soberbia de pisar el terreno y ser el dueño del pueblo.
Fuerza al encadenar el romance, exagera en el cambio resolutivo del principal personaje, sutil y contenida, lánguida y melancólica, tenue y apagada, es la profundidad de las actuaciones las que mantienen su guión; elementos de aprecio son la elegancia de huir de la sangre y la violencia gratuita, optar por el desafío fino y distinguido de dos pistoleros enfrentados por la lealtad hacia el amigo, pero falta consistencia de identidad al suceso para hacerlo interesante y degustador de su desenlace.
Es la fecundidad nutritiva de los secundarios la que desfallece a la hora de rellenar y complementar a los principales, ahondando en una vacuidad atmosférica que no atrapa, ni seduce, ni respira con sustancialidad de presencia y materia; de “Un cuento chino” estupendo proviene Sebastián Borensztein,
también con Darín a la cabeza, allí maravilloso/aquí con las mismas garantías demostrativas de su habilidad para el Séptimo Arte, su sincera excelsa valía, pues sino fuera por su presencia, ¡otro gallo cantaría!
Porque es floja, porque no es lo que esperas, es menos, es inferior a lo deseado, y te vale, de momento, gracias a que siempre es un placer observar y disfrutar de este gran actor, en toda su espléndida veteranía..., pero en conjunto ¡no llega!
“Qué triste final ¿no?” “Sí, la verdad”, pero demostrado queda que Ricardo Darín continúa levantando guiones, que por si mismos no alzan el vuelo por su escasez de materia; él si que es ¡un clásico de los buenos!, ¡de los que nunca fallan! y valen, de todas, todas, ¡la pena!

Lo mejor; Ricardo Darín, ¡sin más!
Lo peor; su guión no logra cautivar.
Nota 5,8


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