miércoles, 12 de octubre de 2016

El rey tuerto

Dos amigas, que llevan mucho tiempo sin verse, deciden organizar una cena de parejas para así conocer a sus respectivos novios: David, un policía antidisturbios, e Ignasi, un documentalista social que perdió un ojo por culpa de una bola de goma que le golpeó en una manifestación. Cuatro personajes que quedan para cenar, recordar viejos tiempos y ponerse al día, sin saber que...


La violencia pasiva y sus daños colaterales.

Tristemente cómica, cínicamente amarga, lacerante y chistosa; un teatro veraz, de grandes dosis de ironía, para un humor negro que expone una verdad sangrante, la de un antidisturbios, de vida ordenada, órdenes claras y todo en su encajado sitio, sin necesidad de complicaciones liosas, que ve toda su realidad alterada por la imprudencia de escuchar a ese desconocido antisistema, de cara muy familiar, que le enreda la cabeza con ese diálogo deductivo de quien piensa diferente, pero está tan impotente y rabioso, confundido y ofuscado como el susodicho.
Se buscan respuestas de quien lo observa todo, de quien mueve los hilos, de quien, garrulo y cabeza hueca, lo tiene todo bajo control, hasta que un tuerto se cruza en su camino y ejerce de maestro altruista de la enseñanza y proceder correcto de la vida; aunque no tanto, pues todos los participantes son egoístas en el fondo y buscan algo en concreto, lo cual lleva a situaciones ridículas, desagradables y esperpénticas, donde es el guión y los actores quienes mantienen constante la atención e interés del sorprendido y expectante vidente.
Chocantes escenas, de risa imprudente y gracia doliente, es sarcástica, es tirante, es descorazonadora; intensas interpretaciones para un agudo diálogo, que mantiene al alza su maleable diversión de lectura contemporánea; porque es una
bomba en explosión continua, que da vueltas cual noria vergonzosa y avergonzante, para pararse de estupefacción oída y volver a emprender la marcha de un argumento voraz y afilado, que aprovecha un verídico hecho para recrear una situación hipotética, pero de planteamiento muy serio y hábil.
Perverso y brillante en su idea e intención, propósito de logro peculiar en cuanto a drama/efectivo en cuanto a entusiasmo y sonrisa confusa y bribona; es una tragedia el personaje creado, es una desdicha el suceso narrado, un desastre mental, de exceso y coacción peligrosa, el centro de aterrizaje vertido y destrozado; una sentida actualidad, de descontento político/social/económico, retratado con contundencia firme y angustiosa, a través de esa mezcolanza de una verdad que tiene demasiadas patas a las que
cogerse, pues el relativismo del enfoque, la deducción hipotética o la creencia valorada mueven la pelota, hacia alternativa portería, según caos y conveniencia.
Populismo pensante que reflexiona sobre la identidad de la democracia, a través de ciudadanos de a pie, que soportan las consecuencias de la decisiones de los altos poderes; interiorismo espacial para una tensión en aumento según revelaciones, información y actos, crudeza de honestidad que no oculta el asfixio de ese descontento y desconcierto personal, reflejado con sabiduría dialogante, a partir de la obra de teatro “El rey borni”, en la cual se basa.
Obediencia titiritera, que abre sus ojos y empeora su ceguera, pues pierde el cuadrado proceder, de nulo pensamiento, y gana el razonamiento obtuso de quien no entiende nada, ni sabe ya quién es ni qué hace; lo bueno/lo malo, lo erróneo/lo acertado, lo
bien hecho/el mal provocado, el torturador y torturado se mezclan, la brutalidad física y oral adquieren tintes malvados y nada tiene sentido, excepto esa carcajada involuntaria y espontánea de un espectador prendado por la humildad inteligente de la partida, cautivado por la radiografía argumentativa de una sociedad, que ríe por no llorar, de todo su lamento y desgracias.
La felicidad de la ignorancia, de hacer tu trabajo, no pensar e irse a casa, que mañana hay que volver a la rutina mecánica, de desfogo de la acumulada violencia; ser oveja y dejarse guiar, y sobretodo no invitar a amigas de la mujer, y novio, a cenar, ¡por si acaso!
El tuerto es el rey en el país de los ciegos, reza un refrán, y ¡hay que ver cómo la lía!, en su breve mandato.

Lo mejor; el cuarteto de actores y los diálogos intercambiados.
Lo peor; su desapercibido paso para el público mayoritario.
Nota 5,8


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