viernes, 14 de octubre de 2016

Kajaki

Afganistán. Una pequeña unidad de soldados ingleses instalada en una colina con vistas a la presa Kajaki. Una patrulla de tres hombres se dispone a deshabilitar un control de carretera talibanes. Al caminar por el lecho seco del rio Kajaki uno de ellos pisa una mina anti-persona. Sus compañeros acuden rápidamente en su ayuda para posteriormente darse cuenta de que están atrapados en una zona altamente repleta de estas mortales minas. Cada movimiento que hagan a partir de ese instante les puede costar una pierna o incluso la vida.


Nunca se abandona a un compañero herido.

¡Qué tormento de película!, ¡en todos los sentidos!; un padecimiento continuo de desesperación e impotencia de un grupo de soldados, kilo two bravo, que acaba secuestrado por un terreno lleno de minas antipersona, mientras intentan ayudar a los heridos, que no caiga nadie más, protegerse de un ataque talibán, reconocer el terreno, solicitar ayuda, inventárselas tras haberse quedado sin medicamentos, servir de apoyo al moribundo y esperar eternamente a un rescate que parece nunca llega.
Evacuación de emergencia es la esperanza, mientras el sonido de explosiones se repite incesantemente y hay nuevos mutilados a los que atender; aislados y sin conocimiento del suelo que pisan es una pesadilla de gritos, sangre, dolor y cuerpos destrozados a los que no se puede llegar, pues no hay ruta segura abierta hasta ellos.
Extenuante visión de agonía y martirio, en una locura de espectáculo martirizante donde el aliento de quien está muriéndose, sin socorro, y el desconsuelo de quien no puede acceder a su auxilio, se unen a la demencia de un insoportable calvario físico, cuyo
espíritu está desfalleciendo, como el del resto de la tropa.
Prepara el estómago, aguanta la respiración, el sufrimiento y compañerismo son su bandera, confianza y valentía su fuerza, el humor y la coña sus armas contra la angustia y el pesimismo, la ironía como antídoto de desahogo de la aflicción, la mentira necesidad de supervivencia para mantener la moral y seguir adelante.
Y el tiempo pasa, y no llega la ayuda, y la ansiedad y zozobra hacen su aparición, como un escrito de horror y pesadumbre de Stephen King observas el proceso lento, horrible y desconsolador del apagado de la luz corporal y la llegada del silencio; como fichas de dominó, una tras otra pasan por el llanto, el ruego, la agonía y el delirio, mientras tus ojos presencian un suplicio visual y sonoro de la muerte adueñándose del seco y tórrido lugar.
6 de septiembre de 2006, la presa de Kajaki, soldados en rutina de inspección caen en un crucigrama de no moverse, por miedo a explotar una
mina de localización desconocida, mientras su compañero, a cinco metros, brama por morfina no al acceso; es desagradable, es doliente, es desfalleciente, es descorazonadora, Paul Katis ha sabido retratar, con realismo inquietante y abrasador, la situación límite que sufrieron estos soldados en el infierno en el que se vieron atrapados; basado en una historia real, es homenaje a todos ellos y a los hermanos caídos en Afganistán.
Espeluznante, devastadora, no hay tranquilidad que no se turbe ante estos hombres, al extremo de lo humanamente soportable; al margen del conflicto y opiniones favorables o contradictorias sobre la guerra, son personas intentando sobrevivir, en colaboración hermanada, a lo inimaginable, y eso que la cinta es muy clara y específica en lo que narra y cómo lo cuenta.
No apta para todas sensibilidades.

Lo mejor; su sentido realismo dramático.
Lo peor; no verla en versión original, dado el nefasto doblaje.
Nota 6,1


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