miércoles, 26 de octubre de 2016

Lamb

Tras dos recientes y dramáticos acontecimientos en su vida familiar, David parece abocado a la desesperación y la soledad. Pero entonces se topa con una niña de once años, Tommie, en la que fija su atención.


¿Un lobo vestido de cordero, o simplemente cordero?

..., y no se decide a actuar -tampoco sabes si lo pretende-, y no se sabe decir de qué va, únicamente desconcierta y aturde; prepara el terreno con detalle y esmero, es simpático, amable y divertido, cariñoso, honesto y abierto, incómoda y desconcertada le observas avanzar, ganar espacio y confianza..., y todo es expectante, extraño y disconforme.
La inocencia de una niña/la perversidad de un adulto -¿también inocente?-, una pareja inquieta de unión desigual, pues uno tiene un deseado plan elaborado/la otra está confusa y ensimismada al mismo tiempo; es lenta y relajada en su proceso de ir al matadero, si es que va, lo esperas pero lo dudas, y en esa indefinición y despiste te preguntas si es un demonio, o un desequilibrado, o un buen hombre desorientado.
Un amor malentendido, de quien emocionalmente es inestable, y de quien afectivamente está necesitada y necesitado; el argumento mantiene una tensión uniforme, de incertidumbre perpleja, hacia un perturbado que no muestra sus garras directamente, que juega al embiste y al engaño, a la indeterminación con un espectador que no le entiende, ni acepta, ni sabe realmente qué hace.
Es sosegada en sus tiempos, acuciante en sus sentimientos, tranquila en su padecimiento, inverosímil según actos, sabia según otros, de
situación anómala; un incomprensible adulto, difícil de definir, que es David en sociedad/Gary en sus fantasías personales, esas necesidades que le llaman hacia un prohibido enamoramiento, insano y enfermo, del cual se permite gozar una semana, escondido del mundo.
Abre sus puertas con escaso crédito de inicial contacto, una vez embarcado se recompone y adquiere interés de rumbo, motivo y desenlace, hacia el final pierde enteros, por ser una partida que opta por apostar sin rasgarse las vestiduras; su guión no quiere mancharse las manos, sólo insinuar los peligros de unas sensaciones nacidas de la desconexión y desencaje con el mundo y sus aceptadas normas.
“Lamb”, un tierno cordero, que despierta preguntas
sin responder ninguna, ávida en expectación, con algo de torpeza entre medias; un acierto la pareja protagonista -especialmente la joven y expresiva Oona Laurence- en ese deseo de huir del vacío, el dolor y la apatía y hallar la belleza paisajística del mundo, en conexión mutua; 36 años de diferencia para una lectura doble, la que se confiere desde el punto de vista externo/la que crece al paso de su compartir tiempo y espacio.
El disentimiento es presente en el juicio, de forma constante y aturdida; no hay maldad, pero está mal/es una equivocación cuyas emociones se viven con acierto, produce rechazo, desasosiego y enigma de suceso.
Inclasificable relación de dos almas vagabundas y perdidas, donde crece la polémica sobre lo vivido...,
¿amistad, amor platónico, deseo sexual no manifestado?, todo cabe según ojos del que mira y juzga pero, lo cierto es que nada vuelve a ser lo mismo, para ninguno de los dos, tras su viaje.
¿Lobo o cordero?, ambas posibilidades dan miedo.

Lo mejor; la viveza de Oona Laurence, una fantástica incipiente lolita.
Lo peor; un guión comedido en su ambigüedad inconveniente.
Nota 5,8


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