jueves, 6 de octubre de 2016

Ixcanul

María, joven maya cakchiquel, vive con sus padres en una finca cafetalera, en las faldas de un volcán activo de Guatemala. Le espera un matrimonio concertado, proyecto que no quiere aceptar, pero del que no puede huir. María intentará cambiar su destino a pesar de su condición de mujer indígena.


Un volcán, cuya lava acata su sumiso recorrido.

En ocasiones escribir se hace monótono y pesado, cerrado y cansino, pues son escasas las películas que logran transmitir esa inspiración creativa que ilusiona, motiva y es un deleite transformar en palabras, esas acuciantes ganas de escribir cuando se produce el afortunado encuentro entre tu hambriento interior y la aleccionada historia, fortuna difícil de hallar según épocas y momentos.
Y sorprende que, una semeja sensación por diferente, por cultural, por no comercial, por consumida satisfacción, cuyo escrito proyectado es de inventiva documental sin artificios, sencillo y ardiente en su naturalidad de acogida y en los consternados sentimientos que despierta, proceda de una cinta guatemalteca, candidata a los Oscar como película extranjera en el 2016; humilde pero aleccionadora en su plasmación, de visualización sangrante por su sabio dominio del áspero territorio, de la habitualidad regional, de las abrumadoras escenas, del aprovechado proceder, de la modestia y grandeza de una historia, narración intimista, desgarradora y lúcida en su iniciar y desarrollar.
Indudable la conexión establecida, absorbente visión que hiere, conmociona y asombra, eres fiel compañía sirviente de su protagonista, de su marcado destino y de sus querencias y lucha por evitar lo dispuesto; su bello paisaje es una trampa de dureza extrema, región que succiona la existencia hasta exprimirla y anularla en toda su ilusión y alegría, alma en vilo cuya ensoñación de escape es devorada por un castigo de nacimiento, pobreza y costumbres que aniquilan lentamente hasta secar y agriar la esencia.
Aliento de minúscula felicidad, que se acoge desesperada a esa agónica posibilidad de aspirar a lo

que se quiso ser, para no ser lo que por venir está negociado; cortada inocente adolescencia, que no se permite permanecer por una precipitada madurez impuesta que obliga y fuerza al cuerpo, que inquieta a una mente llena de culpa cuyo espíritu, aún superviviente, sigue persiguiendo sus deseos y estima.
Disciplina sin lujo de pensamiento alterno, que aún así surge por necesidad imperiosa, lo que cuenta en sus silencios es verdad acusadora, de mirad resignada y doliente; una familia y un porvenir en juego, honradez y decepción de alto precio, apestada ignorancia que cobra su precio, únicamente la fe queda, más el interés de un espectador que vive con
ella y con el descubrir regional de la tradición de una tierra.
Ixcanul, el día no brilla para ti, los vientos se olvidan de soplar a favor tuya, de piel curtida e interior joven, un volcán que ruge, se acalla y acepta su no ser, que será indeseado estar de inmediato.
Y a pesar de su lucha y esfuerzo, no se le permite ganar, sólo seguir aceptando los golpes.


Lo mejor; la plasmación natural, rasgada y contundente de su tierra.
Lo peor; puede aburrir esa apertura franca y humilde, no comercial, a la tierra.
Nota 6,5


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