domingo, 9 de octubre de 2016

Tom á la ferme

Tom, un joven publicitario, asiste al funeral de su novio, que ha muerto en un accidente de tráfico. En una granja aislada se encuentra por primera vez con la madre de su amado. Ella no lo conoce ni sabe qué clase de relación mantuvo con su hijo.


Relaciones nocivas de deseos inconfesos.

Ya nada más empezar hay una clara distorsión entre música e imagen, desconexión irresistible que sirve de base para después conformar un cuadro extraño, alentador y divergente según se van añadiendo los personajes.
Un novio al funeral de su amante, una desconsolada madre que busca respuestas y un violento hermano, cuya frustración es cárcel que le oprime y asfixia; todos participan del juego de la verdad no dicha, a través de mentiras edulcoradas que ensucian e incumplen con el propósito de la calma y las apariencias.
Inventar para ocultar la necesidad de deseo interno, agredir como manifestación de unos sentimientos que no se controlan y devoran por dentro, incomprensión por un trato tirante, abrupto y dañino que seduce e hipnotiza, por el amor encubierto que hay detrás de cada golpe.
El perdón del maltrato por la estima y cariño que encierra, quien no sabe expresarse de otra manera que hiriendo, el dolor como enganche, la brutalidad como expresión, la lástima como entendimiento, la petición de ayuda como reclamo, la esperanza de felicidad como excusa; atrapado entre el deseo de huir y la tendencia de permanecer, de olvidar y alejarse, de ser fiel y aguantar; las emociones se confunden y colapsan alrededor del recuerdo de un

muerto, que también vivía a través de las mentiras, enseñanza familiar de supervivencia con la que tropieza un enamorado doloso, con aspiración a sentir de nuevo, ante esa bofetada imprevista de misterio, rabia, engaño y lujuria que despierta en él su inesperado compañero de cuarto.
Invitado en peculiar hogar aprende a conocer a sus miembros, al tiempo que se integra y participa de su insana y degenerada existencia, con ese malabarismo de extremos que se tocan, para unas sensaciones caóticas e interesantes en su perjuicio para la salud, que abren la puerta a tu atención por ellos.
Xavier Dolan, responsable absoluto de este amorío tenso, malsano y perjudicial, que cautiva a su víctima por lo que no da por impotencia, por lo que ofrece por represión, por lo que aportaría en caso de libertad emocional; sexualidad enfrascada en ese atoramiento de negar quien se es y explotar ante quien se pretende ser, enigma paisajístico de soledad y aislamiento encantador y mareante, turbulento y
fascinador, que viene a envolver esa doble cara de abrazo y rechazo, de amor y odio que envuelve a un maltratador y a su necesitada víctima peón.
Es alocada, revuelta, trastocada y enamoradiza, no aburre/tampoco alienta, ni gusta del todo ni disgusta completamente, anonadada vas a tropezados pasos, pues al igual que el protagonista, intentas descubrir el tapete, el juego, enlazar las piezas y entender las reglas de cada ficha participante, mientras éstas se mueven sin compás, sin lógica, sin entendimiento, al batiburrillo de impulsos, cabreos, pasiones y revelaciones afectivas, que se reparten según momento, situación y estado anímico del figurante.
En nombre del amor, palos, moratones y lo que sea necesario, destruye queriendo crear, resquebraja buscando unir, un pulso triangular de tensiones cortantes en inquietante granja, donde la sequedad
del aire vicia y trastorna la mente; thriller dramático, de psicología homosexual, que alterna entre el subconsciente y la realidad de los demonios y fantasmas no admitidos por cada uno.
Relaciones turbias, de secretismo inicial, que no enlaza con supremacía su desarrollo -dado sus previos trabajos, más completos- al esquivar la intensidad sustancial de lo que les carcome, famélicos instintos cuyo hambriento suceder bombea la temática de la cinta, la cual mantiene el sello personal de este joven director/escritor/actor, que en su cuarto trabajo va confirmando lo ya comprobado anteriormente, ese pulso narrativo, de acorralado ambiente, para personajes perniciosos que hablan con el cuerpo y la mirada, mientras silencian esa expresión hablada que finge y mutila.
Perplejidad observativa, de deducción enrevesada,
para los miedos y terrores de personas dañadas; asombro que por secuencias aumenta o disminuye su vigor y fuerza; no es rotunda, no es contundente, es aturdida y esquiva, logra mayor uniformidad y solidez en la primera parte, luego se aprecia y valora por tramos, pero en conjunto estás atenta, pendiente y disponible a consumir, desmenuzar y evaluar el interior corrosivo de estos confinados granjeros.
“Tom à la ferme”, pesadilla de granja, cuya vuelta es un martirio de tortuoso escape.


Lo mejor; la incógnita de su apertura.
Lo peor; la pérdida de robustez en su avance.
Nota 6,3



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