viernes, 9 de diciembre de 2016

Al final del túnel

Joaquín está en silla de ruedas. Su casa, que conoció tiempos mejores, ahora es lúgubre y oscura. Berta, bailarina de striptease, y su hija Betty, llaman a su puerta respondiendo a un anuncio que puso Joaquín para alquilar una habitación. Su presencia alegra la casa y anima la vida de Joaquín. Una noche, mientras trabaja en su sótano, Joaquín escucha un ruido casi imperceptible. Se da cuenta entonces que una banda de delincuentes está construyendo un túnel que pasa bajo su casa con la intención de robar un banco cercano.


La curiosidad que sanó al melancólico gato.

No deja de ser curioso que, contando con todos los ingredientes para un thriller emotivo, atractivo e impactante, ni logre crear enorme suspense, ni consiga afección sentimental alguna, ni impacto o atracción que se tercie, más bien una correcta visualización que nunca alcanza grados altos de interés, entusiasmo o devoción por ella.
Ya desde el principio intuyes que todo es muy clásico y obvio, puede que en exceso para despertar ese enganche y aprecio, de entregada inspiración y fervor por ella, pues conforme vas descubriendo sus más, también, como contrapunto, hallas sus menos.
Un aprobado que se mueve entre su poco crédito y la querencia media por ella, dejando ese sabor de validez conformista que no alcanza ningún punto intrigante, escabroso, misterioso o violento de quien, desesperado por un motivo para vivir cada día, recibe todo un salvador plan de atraco, al banco de al lado, con compañía imprevista de regalo.
Las actuaciones son sinceras, gran esfuerzo, de meritorio logro, el de Leonardo Sbaraglia como centro y peso de toda la trama, la cual va cogiendo forma adecuada, a partir de las esparcidas partículas de inicio, para recrear esa tormenta de tierra polvo que se desenreda en el edificio contiguo; estrategia
hábil, que ayuda a matizar cada parte y situar a cada figura en el tablero de juego, pero el jaque mate al rey y sus predecesores movimientos no apuran los sentimientos de la audiencia, se esperan, llegan al tiempo prometido, con su enredadera prevista pero, la carga detonada no inunda de energía, pasión y convicción al atento vidente.
Un valiente guión, que tiende hacia la pared indiscreta del maestro Hitchcock, pero cuya pretensión se anula, por su propia torpeza e incoherencia al no saber seguir con firmeza y elegancia la ruta marcada y, a cambio, inundar la pantalla con escenas sobradas por su innecesario equipaje.
Claustrofóbica atmósfera, de excelente retrato, que aprueba en deseo de efecto medio; no se puede negar que gusta/no se puede admitir que satisfaga,
entretiene sin maximizar su efusividad ni extraer, de la idea de partida, todo su posible beneficio.
Un túnel irregular, cuyo final adereza una velada agradable, de nula entrega completa en la urdida trama; hay un héroe solitario, hay una niña desvalida, hay un despreciable malo, hay una guapa chica de por medio y mucho traumas escondidos, que se revelan al oportuno espacio concedido, aunque sin excesivo resultado o éxito; mentiras, secretos, acción y violencia, más un escape solvente que echa el
freno, para remarcar ese estándar afectivo que no pretende ni ostenta abandonar.
Convencional/no muy sugerente, cumplidora/poco creativa; fallos y aciertos se combinan en este thriller, de expectante panorama, pero cuyo botín es inferior a lo intuido y querido.
“Todo depende de una mina o de la suerte”, o de rematar, con contundencia efectiva, la idea y no añadir possit decorativos que no rinden, sino entorpecen y frenan.
Un asimétrico acompasamiento.

Lo mejor; Sbaraglia, la fotografía y las miras intrigantes de su guión.
Lo peor; este último no logra hacer pleno, pues su designado objetivo nunca se confirma.
Nota 6
interpretación 6,5 guión 6 fotografía 6,5 música 5,5 realización 6 montaje 5,5



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