sábado, 17 de diciembre de 2016

Sully

Chesley “Sully” Sullenberger es un piloto aéreo que en 2009 se convirtió en un héroe cuando, al poco de despegar, su avión se averió y logró realizar un aterrizaje forzoso del aparato en pleno río Hudson, en Nueva York, con 155 pasajeros a bordo.


Insuficiente, dada la proeza.

Clint Eastwood, ¿no podías haber hecho una cinta más interesante?, ¿no había material, en ese libro del que partes, para una película más plena, grata, apetecible y estimulante?; porque la sensación de corrección en los hechos/pobreza en el sentimiento despertado, no deja de rondar en el ambiente.
“Hicimos nuestro trabajo”, y Eastwood parece limitarse a hacer con simpleza el suyo, en un rodaje informativo que se olvida del alma, de la emoción, del suspense, de la plenitud aventurera, de un excepcional e inolvidable aterrizaje como éste.
Un capitán abrumado, acosado, sobrepasado y cuestionado por todas bandas, por esa investigación posterior que se llevo a cabo, en ello se centra toda la cinta, sin enigma o misterio que persuada a la audiencia; el debate gira sobre si fue acertada la decisión, o fue una errónea salida que salió bien, para alivio de todos los participantes, pero es ofrecida sin energía o motivación que seduzcan.
Remordimientos, dudas y pesadillas agobian a este experimentado capitán, que tiene la atención del mundo entero sobre sus hombros; héroe o fraude, valiente o temerario, experto o imprudente, es el
factor humano el que no entra en consideración, cuando los datos se introducen en ese simulador que reproduce las circunstancias del vuelo, pero se olvida del desconcierto, del temor, del pánico y del escaso tiempo en el que proporcionar una respuesta rápida, solvente y la más acertada, dadas las inesperadas circunstancias.
“Tenté a la suerte” y salió bien, todos lo sabemos, pues se conocen de sobra los hechos, de modo que la narrativa se centra en ese perfilado análisis de los detalles, de cada reacción y decisión tomada, en cada segundo, por los responsables de la aeronave, más esa ola aduladora y agobiante que se cierna alrededor del capitán y cómo perturba su tranquilidad, al hallarse perdido entre tanta multitud atenta.
Pero la verdad no hay pasión, atractivo o aceleración que te coja de la mano, incluso los saltos temporales al pasado parecen más, un relleno de minutos, que un aporte nutritivo, válido y sugestivo; no hay drama que afiance ese patriótico orgullo americano, que Eastwood suele imprimir en sus trabajos; es una
verídica hazaña, ideal para ser impactante, intensa y admirable y únicamente Tom Hanks luce, al lograr esa cercanía y humanidad entrañable de quien hizo su trabajo con cálculo, destreza y coraje, de ese asumido riesgo que entraña estar a los mandos.
Solidez que transmite poco, excepto ese protocolo de análisis, de los pormenores, a un serio y dedicado capitán que desconfía hasta de si mismo; como he mencionado antes, es labor magnífica de Hanks la volátil afinidad que sientes, hacia este apagado y formal relato.
“Una demora es mejor que un desastre”, ir de sobra es mejor que no llegar y quedarse corto y aquí, como paradójica a los hechos narrados, el motor de la cinta hace aguas, pierde propulsión y no llega a destino esperado por su clientela; su viaje está falto de aliciente, insuficiente, dada la proeza.

Lo mejor; Tom Hanks,
Lo peor; muy recta y estéril, para ser una hazaña tan espectacular y llamativa.
Nota 5,7
interpretación 6,5 guión 6 fotografía 5 música 5 realización 6,5 montaje 5,5


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